miércoles, 31 de agosto de 2011

El tema está claro, o cambiamos ya nuestros hábitos o el proceso de degradación que hemos iniciado será irreversible

Estoy de acuerdo en que se busquen soluciones al problema de las inundaciones, pero eso no acabará con el problema. Tarde o temprano volveremos a tener nuevas inundaciones pues el problema de fondo no es otro que el cambio tremendo sufrido en las prácticas agrícolas desde los últimos 40 años para acá. Mientras el agricultor olivarero no cambie de mentalidad y continúe tozudamente manteniendo los olivares limpios como una patena, y con los suelos endurecidos a costa del abuso de rulos y de toda clase de maquinaria pesada, nuestros campos seguirán siendo como tejados de teja plana que a la más mínima precipitación escupirán sin freno, hacia ríos y arroyos, cantidades cada vez más incontrolables de litros de agua, con efectos perversos y devastadores. Esa es la triste y dramática realidad que parece no queremos asumir.
Repito, mientras no cambiemos las prácticas de cultivo en el olivar, seguiremos lamentando año tras año perjuicios como las inundaciones de nuestras vegas, la aparición continua y escalofriante de profundos regajos en nuestros olivares, y la pérdida, en definitiva, de los mejores y más fértiles suelos.

Siempre he pensado que los antiguos fueron más listos que nosotros; conocieron al detalle las leyes de la naturaleza porque dependían de ella y observaban a diario su funcionamiento. Sacaron de ella el máximo provecho sin violentar, por ello, sus normas equilibradoras.

Soy de los que piensan que los problemas de las inundaciones no son únicamente una consecuencia más del cambio climático, sino de unas malas prácticas de cultivo que han hecho irreconocible el paisaje de nuestros campos de un tiempo a esta parte, pues sólo basta con que caigan 80 litros de lluvia para que se arme la marimorena; aparezcan de pronto miles de regajos; se profundicen los ya existentes, y se vayan al garete ferrocarriles y carreteras, cuyo arreglo, por cierto, hay que pagar con el dinero de todos. Y, si no, fijémonos como en las zonas de sierra montaraz, dotadas de cobertura vegetal, no tenemos que lamentar esos daños catastróficos que hoy día lastran los campos de cultivo olivarero, ya sea de la campiña o del olivar serrano.
No hablemos, por tanto, de catástrofes naturales, si no de catástrofes producidas por el egoísmo del hombre en su afán de obtener mayores beneficios, que a la larga se transforman en perjuicios para la gran mayoría. ¿A qué esperan, pues, las autoridades medioambientales para atajar ya estas malas prácticas, exigiendo responsabilidades a quienes la ejerciten? ¿Cuánta ruina y cuánta desolación natural, me pregunto, serán necesarias aún para darnos cuenta de este enorme problema?



Enorme regajo en un olivar de la localidad cordobesa de Morente,
ocasionado por las malas prácticas agrícolas.

Este artículo ha sido cedido de forma anónima por un agricultor marmolejeño concienciado con la grave situación de degradación que padece actualmente el olivar .