miércoles, 28 de diciembre de 2011


Busquemos un bosque de bosques

'El verde de los árboles es parte de mi sangre'
Fernando Pessoa
Apenas nos percatamos de nuestra desmedida capacidad de imantación. Porque buena parte de la acción humana, y por tanto la política, consiste ante todo en obtener; en atraer irremisiblemente hacia uno mismo. Casi nunca emprendemos el camino de vuelta y nos obsequiamos con unos mínimos de reciprocidad. Olvidamos el gran alivio que proporciona responder dando. En cualquier caso, antes de pedir, ya sea presupuestos, votos, servicios, trabajo o bienes de consumo hay, por supuesto, que buscar. Y poco queda tan olvidado como que ese término verbal quiere decir 'ir al bosque', bosquear. El profundo sentido semántico no puede ser más sencillo porque, cuando se pronunció por primera vez en sánscrito la palabra buscar, todo lo necesario estaba en el bosque. Y allí se iba a por ello. Acaso, por lo mismo, árbol cuando era urvara escondía el significado de 'lugar con tierra fértil'. Acaso, por lo mismo, antepasado, en lengua vasca, significa 'el que procede del bosque'. Acaso, por lo mismo, Bósis significa en griego comida. Acaso, por lo mismo, humano quiere decir del humus, es decir, de la fracción del suelo que acoge y proporciona la fertilidad que permite el crecimiento de los árboles y de las civilizaciones.
Convendría incluir en nuestra comprensión que la totalidad de la aventura humana parte del bosque. Acaso por eso el ideograma chino de árbol representa prácticamente a un ser humano con los brazos abiertos. Y es que los árboles siempre están así, como si esperaran nuestro abrazo. Un gesto que no llega. Y menos en este desarbolado país nuestro.
Recordemos, antes de entrar en el anunciado plan forestal, que las cosas no han cambiado tanto.
Eso que llamamos recursos básicos y que permiten la vida, es decir, el aire transparente, la tierra que cultivamos, esa madera inseparable de la comodidad y de la seguridad o la correcta administración del ciclo hidrológico proceden invariablemente del derredor arbolado. No menos la estabilidad, la continuidad del paisaje, su belleza, las más profusas faunas, la música, las casas de más de la mitad de los humanos y algunos miles de materias primas y principios activos.
Nada nutre tanto y a tantos como el bosque.
Aunque por constante pasa inadvertido, recordemos que todos respiramos la transparencia que elaboraron los árboles y otras formas vegetales, como evoca Pessoa en la cita. Buena parte de lo que vive, insisto, es porque el bosque, aunque muy mermado, resiste todavía.
Antes, no hace tanto, casi todo era arboleda, y ahora en demasiadas partes es la quemada nostalgia por su ausencia.
Los bosques, es más, proporcionan el escenario y los actores de la búsqueda de lo básico, lo necesario y lo práctico. Son, no menos, fuente permanente de inspiración artística, acaso porque el alma humana no olvida que el bosque es su verdadero patrimonio fundacional y, por tanto, la herencia común de la humanidad. Esa que deberíamos considerar hereditaria y no fugaz propiedad privada.
Pero todavía más crucial resulta el papel terapéutico de los bosques. Que en buena medida pueden ser definidos como un entramado que funciona también como sistema inmunológico de la vida del planeta. Y en estos momentos más que nunca.
El bosque es una gigantesca, eficaz y gratuita medicina que, además de sanar las más graves y generalizadas enfermedades ambientales, lo hace de forma sincrónica, incesante, sin pereza ni descanso. Recordemos que las arboledas fijan los principales contaminantes, tanto los que vuelan como los que nadan o tienen vocación terrestre. Casi nada trabaja mejor para limpiar el mundo y su envoltorio que los árboles. Por si todo eso fuera poco, frenan a los desiertos.
Con todo, lo más destacado es que las arboledas pueden desempeñar el mejor papel a la hora de enfrentar lo más grave que nos sucede: el incremento de las temperaturas medias del hogar común. Porque todo bosque es su propio clima. Un clima siempre mucho mejor que el de cualquier área deforestada.
En consecuencia, todo indica que ha comenzado el tiempo de restituir. De nutrir a lo que nos nutre. De poner a crecer un bosque de bosques. Por tanto, mucho más que la pacata y tramposa política forestal anunciada. Que en lugar de lavar la cara al plan hidrológico, manifiestamente insostenible, debería romper la tendencia tacaña de las políticas ambientales de este país
Porque contemplar tan sólo la repoblación de 3.800.000 hectáreas en los próximos 30 años es menos que un prólogo, cuando necesitamos un tratado. En primer lugar, porque el verdadero horizonte repoblador debería estar nueve millones de hectáreas más allá y 20 años más acá. Es decir, la urgente revegetación de los 13 millones de hectáreas que ahora están desnudos y sin otra utilización. Por tanto, no forman parte ni del suelo agrario ni del forestal, aunque, de acuerdo con todos los informes, es más que necesario incorporarlas a los sumideros de CO2. Además se haría al ridículo ritmo de unas 126.000 hectáreas anuales, menos de una quinta parte de lo aconsejable. Y con una valoración económica realmente inconcebible, unas cuatro veces más caro de lo que se podría hacer con recurrir a un viverismo menos codicioso y a planes de empleo rural bien llevados.
No se puede afirmar tampoco, como se hace, que se va a duplicar el número de pies de árbol por persona, entre otras cosas porque ni sabemos cuántos de estos amigos van a arder en los próximos años ni los habitantes que contendrá entonces España. Recordemos que en los anteriores 15 años ardieron más de dos millones de hectáreas. Ojalá que no, pero, de acuerdo con lo sabido, en los próximos 30 años podría arder el equivalente a todo lo que se va a repoblar. Lo importante es ofrecer a los españoles y a los, acaso, 50 millones de turistas el amparo y la salud paisajística y para sus pulmones que suponen los bosques.
Tenemos tierra, tecnología, presupuesto y consenso social más que suficiente para que por una vez el empeño de devolverle al bosque una mínima parte de lo que nos da se lleve a cabo. Hasta que la política forestal pública no sea la de buscar un bosque de bosques, en lugar de unas pocas matas, sin Jaume, claro, la tierra el aire y el agua seguirán ardiendo. Un fuego que apagarían los mejores bomberos conocidos: los árboles.
*Este excelente artículo fue escrito en 2002 por Joaquín Araújo, naturalista, escritor, director, realizador, guionista y presentador de series y documentales de televisión, etc.
Al hablar de Matas lo hace refiriéndose al ministro de Medio Ambiente Jaume Matas (2000 – 2003) el cual, durante su mandato en la segunda legislatura de José María Aznar gestionó el controvertido Plan Hidrológico Nacional, aprobó el Plan Forestal y España ratificó el Protocolo de Kioto.

lunes, 26 de diciembre de 2011


Pequeños vertederos particulares
Aprovechando la festividad de este día y consiguiente tregua que ofrece la recolección de la aceituna, me decidí a dar un pequeño paseo por un paraje simbólico marmolejeño. Éste transcurrió concretamente por el entorno del arroyo del Ecijano y su ribera esencialmente.
El arroyo del Ecijano se encuentra situado entre las caserías del Ecijano y el Ventorrillo de Manuel Rufino, su nacimiento tiene lugar en el manantial que abastece de agua a la empresa embotelladora de agua “Aguas La Paz” en las inmediaciones de la ya mencionada casería del Ecijano.  El arroyo del Ecijano desemboca en el arroyo del Agua, procedente éste del pago de Aguilera, aunque si bien es cierto que en su unión el afluente lo hace con más caudal que el propio arroyo del Agua, finalmente éste último viene a desembocar en el Guadalquivir una vez pasado la fuente de los Socialistas. Me agradó ver lo cristalinas de sus aguas, entre las cuales se pueden apreciar algas, un bioindicador de su buen estado o pureza. A lo largo de su ribera se puede observar una frondosa vegetación, donde destacan los álamos blancos (Populus alba) sembrados en el siglo pasado por el ilustre médico marmolejeño José Perales, (propietario de la casería del Ecijano por entonces) con el objetivo de aprovechar su madera una vez llegado el momento. Acompañando a las chopos se distinguen diversas especies vegetales salteadas tales como zarza mora (Rubus ulmifolius), zarza parrilla (Smilax aspera)… predominando sobre estas las cañas (Arundo donax).
Sin embargo, cuando caminaba cercano al puente que se sitúa en el comienzo de la “cuesta Polo” me llevé una desagradable sorpresa. Se trata de un pedazo de olivar situado cerca del citado puente, en el cual su dueño posee un pequeño vertedero, con basura de todo tipo esparcida en las inmediaciones del arroyo, donde podemos observar televisores, sartenes, colchones, etc.
Pues bien, la cosa no acaba ahí, sino que más adelante en el cauce del arroyo se puede observar cómo se realizó una pequeña obra con el objetivo aparente de cruzar su cauce, consistente en la aplicación de hormigón. Sin embargo su ejecución fue incorrecta al no disponer de la curva necesaria para que el agua circulase con normalidad, por el contrario ésta construcción es plana formando un socavón de dimensiones alarmantes que ha provocado la alteración del cauce.
Desde este grupo queremos mostrar nuestro descontento con el propietario de dicha finca por sendas conductas inadecuadas hacia el medio ambiente, en cuanto al tema de la basura rogamos al dueño que respete dicho entorno natural y limpie todo aquello que ensució llevando la que corresponda a un punto limpio, de reciclaje o donde proceda.









Detalle del socavón abierto sobre el cauce



Ribera del arroyo del Ecijano



lunes, 12 de diciembre de 2011

Cumbre de Durban: demasiado poco, demasiado tarde
 Para los menos conocedores del Convenio de Naciones Unidas contra el cambio climático, conviene recordar que este proceso empieza en el año 1992 en la Cumbre de Río de Janeiro. Allí por primera vez los jefes de estado reunidos acuerdan poner en marcha una herramienta multilateral de lucha contra el calentamiento. Llevamos, por tanto, 20 años ya en este proceso y, por cierto las emisiones de gases de efecto invernadero siguen subiendo de forma imparable. La falta de ambición en Durban no es sorprendente, pero sí dramática. El tiempo pasa  y se avanza demasiado poco, y demasiado tarde.
Merece la pena recordarlo porque todavía hoy hay quien da por bueno como resultado de una Conferencia de las Partes (COP) el mero hecho del reconocimiento de la gravedad del problema del cambio climático. Pero eso ya está en la agenda desde el 92. En el año 1997 se aprobó el Protocolo de Kioto, el primer gran instrumento legal para reducir las emisiones. Sin embargo, Kioto no obliga  a reducir emisiones a los países emergentes, y además Estados Unidos nunca lo ratificó. A pesar de ello, en 2005 entra en vigor, una vez que ha sido ratificado por 55 países que suponen el 55% de las emisiones globales en aquel momento. No tardó mucho en quedarse pequeño por el aumento de emisiones de los países emergentes, en especial China y la India.
Por eso en 2007, los países miembros del Convenio adoptan un compromiso importante: el de aprobar un acuerdo justo, vinculante y ambicioso. La cita sería en Copenhague en 2009 (COP15). En este proceso lo que funciona muy bien es ir dejándolas decisiones para futuras citas…pero en Copenhague los jefes de estado no cumplieron su compromiso, y aquella Cumbre acabó en un enorme descalabro.
Desde entonces, y para satisfacción de los lobbies industriales, que torpedean cualquier iniciativa que pueda resultar en una reducción de las emisiones contaminantes, el proceso del Convenio contra el Cambio Climático no ha podido levantar cabeza. Estados Unidos lleva veinte (20) años boicoteando, y poniendo obstáculos. Ahora en Durban se unieron China, India…y así sucesivamente.
Así que el resultado de Durban (COP17) no es ninguna sorpresa. Una enorme flojera recorre a los gobiernos del mundo cuando se trata de hacer frente al cambio climático. No ocurre lo mismo cuando hay que salvar entidades bancarias, o financieras, a lo que acuden raudos con los bolsillos llenos de dinero público. Pero esto es diferente: se trata de invertir en el futuro de unas generaciones que todavía ni siquiera tienen derecho a voto.
Durban ha puesto una fecha demasiado tardía a la reducción de emisiones: 2020. Según los científicos del IPCC, para evitar un cambio climático catastrófico hay que empezar a reducir emisiones en esta misma década. Siguiendo además la evolución de los compromisos, lo decidido en Durban tampoco es garantía de que se vaya a cumplir, así que seguimos inmersos en la incertidumbre más absoluta.
La falta de voluntad de los gobiernos es tan escandalosa que sólo un puñado de ellos han decidido seguir adelante con un segundo período del Protocolo de Kioto, hasta el momento la única herramienta vinculante de reducción de emisiones.
Mención especial merece la inmoral decisión de permitir que se entierre el CO2 en los países pobres, en la mejor tradición de los años ochenta de deshacerse de la basura en el patio del vecino más pobre.
En definitiva, los acuerdos de Durban mantienen vivo el proceso de negociación, pero no salvan el clima de la catástrofe hacia la que nos dirigimos a buen ritmo. Demasiado poco, demasiado tarde.

Juan López de Uralde